CIE, las dos caras de un mismo espejo: libertad y confinamiento
[Artículo de Mònica Mínguez y Pau Vidal publicado en el blog de Cristianisme i Justícia] CoVid-19, coronavirus, confinamiento. Son palabras llenas de connotaciones que difícilmente olvidaremos. Son palabras llenas de vivencias y de convivencia intensa, de maneras de vivir que nunca antes habíamos experimentado.
Semanas antes del 16 de marzo, cuando comenzó el estado de alerta en el Estado Español, el sábado 18 de enero nos habíamos reunido unas 250 personas en una vigilia de oración interreligiosa para visibilizar la indignidad que el CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) de la Zona Franca representa. Estos centros son el lugar donde las personas que entran o permanecen en el territorio del Estado sin los documentos necesarios son privadas de libertad mientras esperan ser expulsadas. El CIE simboliza y ejemplifica la hostilidad hacia el extranjero. Aquella noche, con el grito, el canto y el silencio, en una oración multiconfesional queríamos dar un mensaje a los internos: no estáis solos.
Unas pocas semanas después, la CoVid-19 invadía nuestras vidas, haciéndonos dejar de lado lo que había sido prioritario hasta aquel momento, haciéndonos cambiar la manera de hacer, pero sobre todo ralentizando nuestra vida, nuestras expectativas, nuestras ilusiones; en definitiva, ralentizando el tiempo. El aislamiento impuesto nos proporcionó colectivamente un tiempo para detenernos, para hacer las cosas de otro modo, un tiempo que podemos llamar de reposo.
Es posible, tal vez incluso probable, que este tiempo haya sido el acicate que necesitábamos para convertirnos: no convertirnos a ninguna liturgia, sino a otro modo de entender el yo y el tú. Hemos sido invitados a un profundo cambio y transformación personal que nos lleve a una verdadera transformación social, reconociendo la centralidad del nosotros. Así, éste habría sido verdaderamente un tiempo de conversión.
En este tiempo de confinamiento ha habido muchos deseos, esperanzas y pequeñas lucecitas que hemos ido sosteniendo. Para el grupo de visitas al CIE de la Fundación Migra Studium una de esas lucecitas sería el cierre definitivo de los CIE. A pesar de la CoVid-19, o precisamente debido a la crisis que ha generado, desde marzo celebramos los sucesivos cierres de los CIE en el territorio español: Murcia, Barcelona, Tarifa, Las Palmas, Tenerife, Madrid y Valencia. Durante los primeros días del estado de alarma, bastantes internos fueron expulsados a sus países de origen en viajes relámpago; el resto fueron puestos en libertad en medio del confinamiento, muchos de ellos sin garantías de un lugar de acogida. Es muy paradójico que para las personas internas en estos centros, la tan deseada libertad llegara en medio de un tiempo de confinamiento impuesto, convirtiéndose en un «salir para tener que encerrarse de nuevo».
Entonces, este tiempo ralentizado se ha convertido en una oportunidad para ensayar nuevas formas de vivir, fruto de una tregua no buscada por la Administración sino impuesta por la enfermedad. Una tregua que nos ha permitido experimentar la vida sin CIE, sin personas inocentes privadas de libertad por el simple hecho de haber cometido una falta administrativa. Y un tiempo donde todos aquellos que huían de su país buscando un futuro digno y han llegado a nuestro territorio han sido acogidos en centros de ayuda humanitaria. Ciertamente estas semanas los flujos de llegadas a nuestras playas son menores, pero el sueño se ha hecho realidad: hay alternativas respetuosas con los derechos humanos que permiten a las personas migrantes gestionar su proyecto de vida sin tener que sufrir la privación de libertad debido a su nacionalidad.
Estos han sido tiempos excepcionales. El espejo donde nos contemplábamos muestra ahora su cara menos amable y tomamos más conciencia de que era un período transitorio, y quizá también contradictorio.
Por un lado, transitorio porque sabemos que el cierre de los CIE ha sido provisional, y que, con toda probabilidad, se volverán a abrir. El Estado no parece dispuesto a cuestionar su política migratoria profundamente hostil ni la gestión racista de la llamada frontera sur de Europa.
Por otro lado, contradictorio porque a medida que nos acercamos al fin del confinamiento, nos acercamos a la más que probable reapertura de los CIE, es decir, a la injusta e indigna privación de libertad de miles de personas.
Estos días, pues, se muestran las dos caras del espejo: mientras que con el desconfinamiento muchos ganaremos la libertad de movimientos, otros, que ya vivían bajo la amenaza de la irregularidad y la exclusión, la perderán para acabar encerrados en un CIE.
Podríamos evitarlo, pero ahora que vamos recuperando la libertad tan deseada, ¿de verdad estamos dispuestos a privar a alguien de esta misma libertad?
N.B. Se puede consultar aquí el resumen del informe CIE 2019 elaborado por la Fundación Migra Studium.